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sábado, 25 de marzo de 2017

Divagaciones sobre la lectura



LEER PARA SER MEJORES
Pedro M. Domene

              
        No creo que exista ningún método pedagógico que afirme que la obligatoriedad de la lectura garantice el éxito de la misma. Difícil tarea, pues, nos imponemos desde las filas de los lectores para desarrollar un título como el presente: «LEER PARA SER MEJORES». El deseo de leer—afirma Víctor Moreno—no es natural. La obligatoriedad de la lectura se convierte en ese calvario por el que pasan los «jóvenes posibles lectores» que observan desde su negación esa necesidad que les imponemos los mayores, con la única garantía de que la lectura proporciona placer, también humaniza, en algún sentido libera, forma intelectualmente, entretiene a unos y a otros, pervierte en la mayoría de los casos y, finalmente, se convierte en una pasión. Ninguno de estos argumentos son suficientes para convertir en lectores a aquellos niños o aquellos jóvenes que jamás han tenido un libro en sus manos. El proceso de lectura, visto desde otra óptica, exige, por tanto, una dosis muy abundante de heroicidad e, insistiendo en este sentido, no sabemos hoy muy bien si cualquier niño o cualquier joven quiere o pretende ser un héroe. Leer un libro exige, por otra parte, una capacidad de concentración a la que los no lectores no están dispuestos a someterse. Es decir, exige inteligencia y concentración, dos actitudes difíciles de compaginar en la sociedad contemporánea.
        La experiencia de la lectura puede pensarse, en el mejor de los casos, como esa imagen de algo que penetra en lo más profundo de nuestro ser y, por consiguiente, al leer permitimos que algo se apodere de esa imaginación, de esos deseos y de esas ambiciones que conforman nuestra vida. Más allá de esta visión se me ocurre apuntar que lo importante no sería intentar convertir la experiencia formativa de la lectura en ese «objeto» del que siempre tendríamos que dar cuenta, sino que, más bien, se trataría de ponernos a escuchar toda esa clase de experiencias con el mundo de la lectura e intentar pensar que todas encierran mucho de verdad. Así entendemos cómo Maeterlink llegaba a intuir que, en realidad, leer era como sumergirse en una especie de abismo en el siempre creemos descubrir objetos maravillosos. Si les aplicamos semejantes conceptos a nuestros jóvenes lectores, parte del éxito estará logrado. La actividad subjetiva de la lectura conllevaría una respuesta personal a esa exigencia imposible en que se convierte el propio acto de leer.
        Me voy a permitir terminar con la referencia a un libro que acabo de leer y que tiene mucho que ver sobre este concepto sobre el que vengo divagando, me refiero a un libro titulado, No es para tanto. Divagaciones sobre la lectura (2002), de Víctor Moreno en el que, entre otras, dice cosas como la siguiente: «escribo (...) a cuento de las exageraciones que sueltan algunos analistas de la cosa lectora con el objetivo loable de defender la lectura... para los demás. Con los años, aprendes que la dignidad no requiere madurez (...), ni lectura, pero, al parecer, quien a lo  largo de toda su infancia y adolescencia no vio jamás un libro en casa de sus padres, debió estar privado de ella». Y personalmente añado lo siguiente: en mi casa no había libros, aunque, sí, muchos tebeos, y siguiendo al profesor Moreno, afirmo que tal vez esas lecturas, las de los tebeos, me refiero, no me imprimieron esa dignidad o madurez que se esperaba de las grandes obras, pero sí puedo afirmar que me llevaron a un mundo de puertas tan abiertas que hasta el momento nadie a conseguido cerrármelas y, si esto no un acto de dignidad suficiente, al menos a mí me ha servido como esa propensión a la libertad absoluta que todos ansiamos. En este sentido la mía ha sido tal que aún sigo añorando los años felices en los que me pasaba los días leyendo las aventuras de mis héroes dibujados.  

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