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sábado, 18 de febrero de 2017

Ana María Matute



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PRIMERA MADUREZ

        Quienes hablan de una devaluación de la literatura o de lo literario en una sociedad cibernética como la presente, donde las teorías de la información, como ciencia interdisciplinar, importan y se proyectan mucho más que cualquier otro medio, deberían sumergirse en la lectura de una obra tan llena de emociones, y tan repleta de vivencias y de peculiaridades, como Paraíso inhabitado (2008), la novela que, tras ocho años de silencio, nos ha devuelto a una Ana María Matute (Barcelona, 1925) pletórica, porque, entre otros muchos aciertos, la narradora se reafirma en algunas claves de su obra anterior: una intensa inspiración en la experiencia y los recuerdos de la niñez, o el no menos trágico choque de un alucinante torbellino existencial que llevará a Adri, la protagonista, de una adolescencia de paraísos imaginados a una primera madurez, sin esa capacidad de ensoñación que fuera su alma apasionada y sensitiva.
        El proceso a que nos invita Ana María Matute es a esa disposición suya para construir desde su visión de niña, frente a una realidad hostil, una existencia propia, mezclando  el mundo de la verdad y el de la fantasía, aunque como es habitual en la barcelonesa, en su doble mirada confluye un enjuiciamiento del mundo de los adultos, de los Gigantes, y los continuos descubrimientos del ámbito infantil, como realidades tangentes pero separadas por el paso del tiempo. Precisamente, el relato acaba cuando la niña protagonista pasa a formar parte de ese otro mundo y su maduración, tan dolorosa como frustrante, le implica descubrir ese «paraíso inhabitado» desde una última posibilidad: la hipotética visión mágica que le otorga una ventana, desde la soledad misma de su habitación. 


        Adri ha ido construyendo a lo largo de su historia, un refugio secreto e ilusorio, una isla imaginaria, solo suya, un paraíso mágico e irreal hecho de recuerdos, pero también de ensueños e ilusiones desde donde escapar de la implacable dureza de la vida real y del miedo que le produce el ambiente asfixiante de su alrededor. Una vez más, la narradora proyecta algunos episodios de una experiencia autobiográfica, sobre la que novela reminiscencias personales que aparecen de forma persistente y reiterada en algunas de sus heroínas: Soledad, Sol o Matia, forman parte de ese gran retablo femenino que recordamos de sus entregas anteriores, En esta tierra (1953), o Primera memoria (1959), trágicas vivencias de una niñez o de una adolescencia, que provocan en sus protagonistas una precoz rebeldía como le ocurre a Adri con respecto a las monjas intransigentes, en su colegio de Saint Maur, y así sobrevive a las circunstancias personales y familiares que la rodean o el decisivo momento histórico en que vive. En realidad, un personaje como esta niña se siente prisionera de la impotencia que le produce su condición de indefensa, incapaz de obrar por sí misma, sometida a la voluntad de una madre, dura de corazón, que no la comprende y a quien desobedece una y otra vez. Protegida por Tata María o Isabel, las criadas cómplices de la casa, callarán sus transgresiones, su primer chupito, sus escondites o sus juegos secretos con el amigo ruso Gavrila, aunque siempre se sentirá  obligada a someterse a la voluntad de los demás, sin posibilidad de escapar de esa existencia absurda con que perpetuar su actitud, el caprichoso espacio de los juegos infantiles.
        Una vez más, Ana María Matute, apuesta por el mundo arbitrario, tal vez absurdo de la edad infantil, esa época irresponsable e indefensa, inocente y cruel, como si la vida, nuestra  existencia, solo fuese una monótona repetición de cuanto vivimos en ese tiempo o, tal vez, una prolongación de esa inmensa culpa. Pero el melodramatismo infundido por la narradora se suaviza con algunos elementos que forman parte de la verdad de nuestras vidas y solo la sinceridad con que la narradora cuenta sus emociones sostiene la anécdota de la conducta de la niña y, por extensión, de ella misma.








Ana María Matute; Paraíso inhabitado; Barcelona, Destino, 2008; 396 págs.

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